EL MIEDO RAÍZ

Lo que podemos sentir ante hechos como las guerras o desastres, o el hecho del hambre, o la violencia en el mundo, o ante la anunciada muerte de uno mismo o de nuestros parientes,..., es una mezcla de sentimientos liderados por el temor.
Si profundizamos en esto, sentimos que ese temor toca el corazón. Se siente en todo el cuerpo, pero se ha hecho habitual y no somos muy conscientes de él.
Sin embargo, todo temor surge de un miedo raíz, de un miedo que abarca el alma, y diríamos que es el verdadero nombre de casi todas nuestras enfermedades, es origen de todos los demás temores: es el miedo a nuestra muerte o a la de nuestros seres queridos, el miedo al fin. Este gran miedo reprimido es como el combustible que alimenta todos los otros temores y nos impide vivir con coherencia.
Ese temor esencial está relacionado no solo con la muerte física, sino también con el fin de objetivos, de relaciones, etc. Vivimos temiendo que las experiencias y/o personas que queremos terminen, y eso nos impide vivir el presente con intensidad.
Ese apego a que nada termine no nos deja experimentar roles limpios, con origen y final, con capítulos que terminen cuando la experiencia termina.
La actitud clave es la aceptación.
Para afrontar el miedo a la muerte hay que aceptar, de forma natural y sin tabúes, que ésta existe como parte de la vida y que puede aparecer en cualquier momento y edad. Para afrontar el temor al fin, hay que aceptar que las cosas terminan, pero de la aceptación intelectual a la práctica hay diferencia.
Lo expuesto se ha dicho desde siempre y hasta ahora ha dado poco resultado, ¿cómo afrontamos ese temor en la vida cotidiana?
Quizás tendríamos que empezar quitando esa connotación trascendente de la palabra muerte y sabernos “usuarios” de la muerte, tanto como de la vida. 
Cuando veo que la muerte es un evento posible y necesario, pero no pasa por mi presente, simplemente vivo de espaldas a la muerte,  pero ¿si yo afrontara que la muerte no ocurre a largo plazo, si no en este instante? Esa es la propuesta, que yo acepte que no hay un fin, sino un eterno principio y final.
Quizás si yo me pongo en la dimensión de la conciencia (en que puedo morir en cada espiración y renacer en cada inspiración), si yo veo cada noche como final de la vida y cada amanecer como un nacimiento, si yo te miro y te abrazo como si fuera la última vez que te puedo abrazar, si no dejo el decir "te amo" para luego, si en cada instante doy lo mejor de mi...quizás entonces se paliaría el miedo a la muerte, los capítulos estarían terminados, las frases tendrían punto y aparte.
Los desgarros o resentimientos que vivimos son, muchas veces, deudas sin pagar o sin cobrar, conversaciones, abrazos, sentimientos, soluciones aplazadas para después, ya que ninguno de los encuentros fue un encuentro intenso, desde el corazón; en realidad, no hubo encuentro y queda la sensación de vacío, de resentimiento, de culpa.
Cuando las cosas terminan, cuando la gente se va y nos sentimos vacíos, es porque, en realidad, nosotros no hemos terminado con ellos, no hemos concluido las cosas.
Poner el punto y aparte, cerrar el capítulo, actuar como si cada evento fuera el último, así sería único y partiría de nuestro núcleo original, de nuestro factor central y coherente, entonces todos los encuentros serían el primero y tendrían la fuerza original.
Despedirnos cada día de nuestros seres queridos como si fuera la última vez que nos vemos, abrazarlos, dejar ir, aún sin palabras, todo lo que queremos decirles, todo el potencial de amor... y si morimos no quedarán cosas pendientes, ni resentimientos. Todo ha acabado y puede empezar de nuevo, el Universo es cuántico, las cosas son completas, no hay medias cosas; cada acción, cada proceso, debe ser entero, completo.
Saber morir es saber terminar, saber poner punto final, saber actuar como si cada vez fuera la última, eso es vivir intensamente y regresar cada vez al centro interior.
Si los miedos que vivimos son hijos de la muerte, podemos resolver el problema muriendo permanentemente y así poder nacer permanentemente, ese es el secreto de la vida.

EJERCICIO PRÁCTICO:
Disponte a realizar una visualización creativa de tu vida cotidiana.
Toma unas respiraciones profundas, relájate siguiendo la respiración que poco a poco adquiere su ritmo habitual. Instantes de silencio.
Visualiza ante ti una pantalla mental, como a la altura de tu frente, retirada de tu cuerpo, con perspectiva.
Obsérvate en un día de tu vida, las acciones que realizas, las personas con las que te relacionas.
Ves como al levantarte agradeces el nuevo día, la nueva vida, todo comienza,..., sigue visualizándote, cada acción es completa en sí misma, tiene principio, final y agradecimiento.
Te relacionas con los demás sin dejar huecos ni vacíos, terminando en cada instante y renaciendo en el siguiente.
Cuando des por terminado el ejercicio vuelve a tu respiración.
Silencio.
Realiza frecuentemente esta visualización. Después, por la noche, agradece lo vivido, siente que no queda nada pendiente, que a cada acción le has puesto un punto y aparte, entrega tu descanso a la Luz.
Poco a poco, sentirás más confianza en la vida y menos temor a la muerte.

Gracias por tu atención, si te apetece deja tus comentarios en el blog.